Por Derek Swallow
“¿Y entonces, a qué te dedicas?”, me preguntan. “Trabajo como registrador de colecciones en un museo”, respondo mientras observo la mirada, ahora inexpresiva, del interrogador. Continúo con una breve descripción de mis cometidos: registrar adquisiciones potenciales, hacer un seguimiento del proceso hasta su evaluación por el comité de colecciones y su ingreso final en las mismas. Normalmente, esto suscita esas palabras tan hirientes para el ego: “Parece interesante”. Dichas con ese tono particular que suena a “vaya aburrimiento de trabajo”.
Controlando a duras penas mi irritación, me abstengo de escupirle: “Me encanta mi trabajo. Es muy interesante. Realmente no tienes ni idea de en qué consiste. ¿Y en qué demonios trabajas tú que es tan maravilloso, eres astronauta o algo así?”. En lugar de eso respiro hondo, sonrío amigablemente y me preparo para asestar mi golpe maestro.Me giro un poco, así como para mostrar cierta indiferencia, y voy soltando suavemente las siguientes palabras cargadas de intención: “Y me encargo de gestionar préstamos multimillonarios, enviando objetos de incalculable valor de nuestras colecciones a exposiciones por todo el mundo”. Sigue un breve silencio, mi interlocutor se gira, su expresión facial transformada en asombro, y llega la respuesta: “¡Pues tienes un trabajo fascinante y muy importante!”. Se me pasan por la cabeza las palabras “Te pillé”. Después me acribillan a preguntas sobre estos préstamos que tanto asombro inspiran. Está bien, es verdad que los préstamos tienen un cierto caché. Sin embargo, la realidad es que generan una gran cantidad de trabajo muy poco romántico, a menudo tienen plazos prácticamente imposibles y pueden hacer que un abstemio termine en el bar más cercano.
No digo que no disfrute trabajando en préstamos –de hecho lo disfruto–. Pero el interés que tiene el trabajo en adquisiciones como parte de nuestros cometidos está infravalorado. Sin duda el proceso tiene aspectos mecánicos, pero hay pocos trabajos en un museo que permitan tener acceso a información que abarque el espectro completo de las colecciones. Yo tengo el privilegio de saber exactamente qué ingresa en las colecciones cada mes, si aumenta nuestros fondos de archivo, de historia moderna, de etnología o de historia natural, y en qué modo estos registros, objetos o especímenes son relevantes para la historia humana y natural de nuestra provincia: golosina intelectual para un aprendiz de por vida como yo. Es un placer desempeñar mi pequeño papel en la adquisición de algunos objetos notables –desde los históricamente estelares a los etnológicamente reveladores, los extraños y los bellos–. A menudo la intervención del registrador comienza una vez que una colección ha llegado al museo. Hace algunos años tuve la suerte de ayudar a uno de nuestros conservadores de historia a rescatar el Sillón de Douglas (ver imagen) y otras piezas de su colección; por el tamaño de algunos de los objetos, el conservador necesitaba un par extra de manos. El donante era un familiar de Sir James Douglas, una célebre figura política histórica de la Colombia Británica. Douglas fundó el puesto de comercio de pieles de Fuerte Victoria a mediados del siglo XIX y posteriormente fue el líder de la pequeña población de colonos europeos cuando esta región de la costa oeste alcanzó el estatus de colonia británica. Cuando ya estaba retirado, en 1871, la colonia se unió a Canadá como su sexta provincia: Colombia Británica. Poco después de la unión Douglas sufrió un ataque al corazón. Murió en 1877 en su residencia, sentado en su sillón. La familia continuó utilizando el sillón como parte de su mobiliario. Habiéndose desgastado la tela original, el sillón fue tapizado en la década de 1960 o 1970 en una tela y un color populares por entonces –naranja estilo “Danés Moderno”–. A pesar de su próspera carrera y su elevado rango, Sir James Douglas era un hombre práctico. Seguro que habría aprobado esta renovación que extendería la vida útil del sillón otros 140 años. El sillón restaurado plantea una pregunta interesante para conservadores, administradores de colecciones y registradores. ¿Sigue siendo auténtico? Para ser auténtico y merecedor de formar parte de la colección de un museo ¿un objeto debe conservar su apariencia original o es suficiente con que conserve su función y su asociación originales? En este caso sigue siendo un sillón, el mismísimo sillón en el que murió James Douglas, tanto si tiene la tapicería original como si no. Según la política de colecciones de nuestro museo, que constituye una guía de lo que debemos y lo que no debemos coleccionar, el sillón de Douglas se adapta a nuestros parámetros: tiene relevancia histórica para la provincia de la Colombia Británica, su procedencia está clara y encaja con nuestros requisitos respecto a su “condición o integridad”. La norma establece que “los objetos que se incluyan en las colecciones del RBCM [Royal British Columbia Museum] estarán completos, en buen estado y/o en su condición original siempre que sea posible.” La expresión “siempre que sea posible” nos permite coleccionar objetos de enorme importancia histórica, como el sillón de Douglas, aun con las modificaciones que se les hayan hecho a lo largo del tiempo.
Me topé con este interesante enlace que me gustaría compartir con vosotros. La autora reflexiona sobre el término “autenticidad” en el contexto del patrimonio/los museos. Hace algunas observaciones muy interesantes: http://ejarchaeology.wordpress.com/2013/03/29/my-bike-the-authentic-object-with-its-own-biography/
Espero vuestros comentarios sobre este tema. También me interesaría conocer las políticas específicas de vuestros museos en lo relativo a la “autenticidad”.
Traducción al español desde el inglés: Lucía Villarreal