El oso en el elevador

Picture (c) by Klaus Pichler
Foto (c) de Klaus Pichler

¿Son posibles los viajes en el tiempo? Creo que sí lo son, al menos en nuestra mente. Una imagen, una afirmación, un aroma, y estás repentinamente en otra parte, a unos pocos años atrás, sumergiéndote en una cierta situación una vez más. Esos repentinos recuerdos son a veces lindos, a veces horribles, y algunas veces simplemente graciosos. La última vez que me sucedió eso fue cuando vi por primera vez al oso en el elevador durante el proyecto de “Esqueletos en el closet” de Klaus Pichler (ver el artículo “De gira con los ayudantes de Noé” para más detalles).

Estaba visitando a algunos antiguos colegas en el Landesmuseum für Technik und Arbeit (Museo Estatal de Tecnología y Trabajo) un poco antes de inaugurarse la exposición “Kosmos im Kopf” (“El cosmos en la cabeza”). Presioné el botón del elevador del personal y esperé su llegada. La puerta se abrió y repentinamente y di un salto hacia atrás. Un gigantesco Gran Danés estaba parado frente a mí, mirándome, con las fauces ligeramente abiertas. Por un momento consideré esto como algo más bien ridículo, pero de algún modo resultaba una adecuada manera de morir para un museólogo, Pero entonces lo pensé de nuevo. No era lógico que un perro come-hombres usara el elevador para ir en busca de su siguiente presa. Luego del primer shock, lo miré más de cerca y descubrí que el Gran Danés solo estaba disecado. Aparentemente, el perro fue “estacionado” en el elevador hasta que los preparadores del museo lo requirieran.

Decidí acercarme al perro en el elevador, y me acordé de otra ocasión unos pocos años antes. Había comenzado a estudiar hacía poco la carrera de Estudios Museales, tratando de hacerme la idea de lo que escogería en ese campo. De modo que tomé el internado (pasantía) en el Naturkundlichen Sammlungen (Colecciones de Historia Natural) en Berlín-Charlottenburg. En el taller de sus taxidermistas había un lobo disecado que miraba de modo tan realista que uno tenía que tocarlo para asegurarse de que no estaba vivo. Sus taxidermistas eran unos reales artistas. Me explicaron cómo “rellenar” animales (un término usado por ellos para distinguir los “rellenadores” comunes de los reales taxidermistas que estudiaron y aprendieron su oficio. Antes de que ellos hicieran algo con el animal muerto, intentaban obtener una foto del animal cuando estaba vivo. Una imagen en el más amplio sentido de la palabra: trataban de obtener fotos, vídeos, trataban de hablar con gente que los conoció cuando estaban vivos, y cosas así. Me explicaron que si no lo haces, solo prepararás un animal que es uno más de su especie. Si quieres hacer una taxidermia de un cierto animal, solamente de ese único animal, entonces tienes que conocer su personalidad, o de otro modo nadie lo reconocerá cuando esté listo. Y eso es verdad. Trate usted mismo la próxima vez que visite un museo de historia natural. Le prometo que usted verá que lucen solo “correctamente”, casi con vida. Y encontrará algunos que simplemente lucen “mal” aunque estén anatómicamente correctos (encontrará algunos que ni siquiera son eso -pero eso es una historia diferente.

Desde entonces, en ese internado he sentido gran respeto por el trabajo que los taxidermistas hacen -y descubrí que nunca tendré la paciencia para lograr ser uno de ellos.

Libro: “Esqueletos en el clóset”, fotos de Klaus Pichler, textos de Klaus Pichler, Julia Edthofer and Herbert Justnik, edición en inglés disponible y puede ser ordenada a través del sitio web de Klaus Pichler.

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